No ha pasado ni un mes del glorioso 28 de abril, día en que España se apagó… literalmente. Un apagón nacional de esos que solo salen bien en las películas, pero que aquí nos dejó a mí, a mis nueve empleados y a nuestra papelería de 400 metros cuadrados en Illescas mirando al techo, sin poder vender ni una grapa.
Un día sin ingresos. Pero eso sí: todo el mundo cobró su parte. Proveedores, bancos, seguros, empleados, la Seguridad Social… ¡Faltaría más!
Y entonces, sin esperarlo… ¡milagro! ¡Me llega una indemnización automática!
Casi 3000 euros, directo, sin pedirlo.
Ostia! Una notificación de Hacienda, otra de la Seguridad Social, incluso una carta del Ayuntamiento:
“Estimado empresario, lamentamos profundamente que su papelería Multipapel no pudiera abrir sus puertas por causas eléctricas de fuerza mayor. Le transferimos esta compensación por gastos, más un Bizum de 100€ por el mal rato, se pegue una buena comida o se lo gaste en lo que quiera y en agradecimiento por su contribución a la sociedad.”
Entiendo que habrá sido la patronal la que habrá peleado por los derechos de los empresarios y por lógica y sentido común los políticos de alto nivel que nos gobiernan habrán entendido que no podemos ser los empresarios los que aguantemos todos los vaivenes de la sociedad después de las horas que le echamos a generar empleo y riqueza.
¡Qué detalle! ¡Hasta cariño había en las palabras!
Claro, me quejé un poco porque no incluyeron compensación por la imagen negativa de haber estado cerrado —clientes que ya no volverán, niños sin cuadernos, opositores sin subrayadores—, sobre todo el no haber avisado con tiempo de un corte semejante de luz, pero bueno… algo es algo.
No se quedó ahí.
La eléctrica me descuenta 50€.
La operadora de internet, ¡otros 30!
El Ayuntamiento, magnánimo, me borra la tasa de basuras del trimestre y me devuelve 4% el numerito del coche “por las molestias”.
Que detalle de las grandes compañías este año no anunciarán los millones de euros de beneficios, pero creo que este beneficio y sobre todo dar la cara por las pymes que tanto hemos aportado a esas cifras astronómicas de beneficios durante tantos años.
¡Hasta el seguro me llama para ofrecerme terapia psicológica empresarial gratuita!
Coño mis empleados al enterarse dicen que renuncian a un día de vacaciones por el bien de su puesto de trabajo, si no lo veo no lo creo!
Y para rematar, me cruzo con un amigo al que le robaron esa noche —sin alarma, claro, porque no había luz—, y no solo le han pagado todo, sino que le ingresaron un plus de “mal rato pasado” y una caja de bombones.

Yo, emocionado, con el pecho henchido, pensando:
“¡Qué país! ¡Qué sociedad tan empática! ¡Qué maravilla ser empresario aquí!”
Y justo ahí…
Oigo el despertador y me despierto, las 5:30 de la mañana… a trabajar
Todo ha sido un sueño. Una pesadilla al revés.
Porque en la España real, cuando el país se apaga, todo sigue encendido: los gastos, las cuotas, las nóminas, los impuestos.
Y el empresario, ese ser mitológico que lo aguanta todo, se lo come con patatas.
Así que nada, seguimos, otro día más de jornada laboral de 14 horas.
Con luz, sin luz, pero siempre poniendo los riñones de este y miles de empresarios, al servicio de la comunidad.